viernes, 15 de septiembre de 2017

El cine de Ruben Östlund

La provocación en la sangre 


Aunque sus películas de ficción se cuentan con los dedos de las manos, el sueco Ruben Östlund es uno de los últimos niños mimados de los festivales internacionales. Sus últimas tres películas fueron estrenadas en Cannes, ganando con Force majeure en 2014 el premio del jurado en el certamen “Un certain regard”. Esa película se distribuyó en 75 países y fue un éxito de taquilla. Pero este año, con The Square, el director se llevó el máximo galardón del festival: la Palma de Oro a mejor película. 

La anécdota de Force majeure es ya bastante conocida: una familia tipo, de edad mediana y buen pasar, sale de vacaciones a esquiar en un hotel al pie de los nevados Alpes franceses. Un día, almorzando apaciblemente en la terraza del restaurante del hotel, una avalancha se precipita en dirección a ellos y los demás comensales. A pesar del pánico general, en principio no hay mayores consecuencias: la avalancha no llega hasta el hotel sino que se detiene mucho antes. Pero mientras la madre reaccionaba abrazando a sus hijos y conteniéndolos, el padre recogía sus guantes y su celular y huía despavorido del sitio. 
El título de la película es elocuente. En derecho los casos de “fuerza mayor” se plantean frecuentemente en accidentes naturales y otros hechos fortuitos. Sucesos ocurridos por causas imprevisibles y cuyas consecuencias afectan a una persona, implicándola, y a partir de lo cual puede eximírsela de responsabilidad en su accionar. El ejemplo típico es el de dos personas a bordo de un avión a punto de estrellarse, y en cuyo interior hay solamente un paracaídas. Una de las dos salva entonces su vida utilizándolo, y la otra muere dentro del avión. Como se considera una circunstancia de fuerza mayor y el instinto salvó su vida (aun ocasionando la muerte del otro), el sobreviviente queda exento de culpabilidad, por haberse visto envuelto en una situación que lo excedía y que además no ocasionó. 
No por casualidad la película se subtitula “La fuerza del instinto”. Como la racionalidad no se lleva bien con los instintos, luego del suceso con la avalancha algo cambia para siempre en la relación de la pareja de Force majeure: pronto surgirán las recriminaciones por ese acto reflejo, por ese impulso “egoísta” mediante el cual el hombre intentó ponerse a salvo y no atinó a proteger a los suyos. Ni bien su esposa comience a echárselo en cara, el negará enfáticamente haber tenido esa reacción. Podría decirse que él defraudó ciertas expectativas sociales, falló respecto al rol reservado para su género. 
El director se basó en investigaciones para plantear esta temática, y al respecto ha dicho en una entrevista para Slant Magazine: “Si mirás las estadísticas, los hombres de cierta edad son los que sobreviven a los accidentes marítimos. No sé las cifras exactas, pero ese mito de las mujeres y niños primero, simplemente no ocurre, en absoluto. Cuando llega el momento de crisis, a pesar de que haya una cultura que enseña que los hombres deben plantarse y ser leales, al imponerse el instinto de supervivencia son ellos los que tienen la capacidad real de subsistir. Pienso que es irónico, un hecho horroroso de confrontar si eres hombre, pero, por supuesto, interesante al mismo tiempo”. 
Es de suponer que durante el rodaje de esta película Östlund se haya movido como pez en el agua, luego de su vasta experiencia filmando en la montaña y entre la nieve. Como no podía ser de otra forma, se trata de una película técnicamente poderosa: una hermosa fotografía a través de paisajes nevados ofrece una notable y sutil coreografía de cuerpos en movimiento. En las escenas de interiores, el hotel se asemeja a un vientre materno incrustado en la montaña, tan confortable como asfixiante. Gélidos silencios son cortados implacablemente por imponentes ráfagas de Vivaldi, planos fijos que se centran en un personaje y van acercándose sutilmente suponen una inmersión en los temas conversados, diálogos que, lejos de ser presentados con el clásico plano-contraplano, se concentran en sólo uno de los interlocutores, permitiendo entrever sus torrentes internos y metamorfosis emocionales. 
Algunos recursos son típicos de Östlund: justamente, esos sutiles zooms que van encuadrando la imagen casi imperceptiblemente sobre ciertos detalles o determinadas acciones. Esta lenta concentración en ciertos puntos emula notablemente nuestra capacidad de enfocarnos en determinados detalles, como si el que hiciera el zoom no fuese el camarógrafo sino el mismo espectador. Otra característica muy suya es hacer que un plano reposado y silencioso se vea interrumpido por un sonido estridente e inesperado, con el que se cambia repentinamente de plano y situación, sobresaltando indefectiblemente al espectador. En Force majeure, la escena en que de golpe y sin aviso previo aparece un dron en pleno líving y en medio de una intensa conversación supone un exabrupto genial, una clara muestra de la habilidad de un director que sabe divertirse desconcertando y manipulando emocionalmente a su audiencia. 

Influencias y estilo. Östlund practicó esquí durante toda su vida, y en los años noventa, a sus veintipocos, filmó durante cinco años documentales sobre esa disciplina. Esas primeras películas, en las que el director se abocaba a extensos rodajes en las montañas, con muchas repeticiones, fueron el medio para que puliera un rigor formal que se ve reflejado en el cuidado estético de sus películas, en la pulcritud de sus tomas. Esa experiencia concreta le sirvió como tarjeta de presentación para estudiar en la escuela de cine de Gotemburgo, donde finalmente se graduó. Más adelante, junto al productor Erik Hemmendorff, fundaría su propia compañía: Plattform Produktion. 
Suele compararse su estilo austero con el del austríaco Michael Haneke. Razones no faltan: su inclinación por las estructuras episódicas, con situaciones aparentemente azarosas y desconectadas entre sí donde operan los más variados personajes, llevan a tal comparación. Las películas Guitarrmongot e Involuntary tienen ese tipo de narrativa desconcertante, similar a la de 71 fragmentos de una cronología del azar y Código desconocido, de Haneke. Pero con la salvedad de que en la narrativa caótica y sin aparente sentido de Östlund comienzan a repetirse los mismos personajes, quienes además en algún momento se cruzan o tienen algún vínculo. El resultado suele ser una obra coral algo caótica, pero con figuras más definibles que en esas películas de Haneke, y situaciones que refieren más enfáticamente a una misma temática central. 
Otra diferencia fundamental es que su cine está provisto de un humor negro casi constante, elemento radicalmente ausente en el del maestro austríaco. Este costado humorístico no significa que las películas del sueco no sean incómodas; por el contrario, el humor surge justamente al reconocer al ser humano desenvolviéndose en situaciones ridículas, al verse reflejado en una serie de dolorosos absurdos cotidianos. Si hay alguien especializado en trasmitir vergüenza ajena mediante el cine, si hay un director empeñado en captar momentos cruciales de la debilidad humana, ese es Östlund. 
El parentesco con Haneke también lo vincula necesariamente al griego Yorgos Lanthimos (Canino, Langosta) y a sus impactantes cuadros alegóricos, pero también es inevitable su conexión con la ácida visceralidad de otro gran maestro sueco, nada menos que el gran Ingmar Bergman. La exploración de la vida marital desplegada en Force majeure es de una profundidad equiparable a la presente en películas descarnadamente incisivas, como La pasión de Anna, Escenas de la vida conyugal o Sarabanda

The Square (2017)

Menos racionales de lo que parecemos. Las expectativas de género son entonces una constante en la filmografía de Östlund. Y es sumamente interesante ver cómo su cine se opone al de Hollywood y a muchos de los valores que éste difunde. “Una de las cosas más dolorosas que puede sucederle al ser humano es perder su identidad. Para los hombres esa pérdida está muy conectada con ser un cobarde. (…) En Hollywood el personaje masculino más reproducido es el héroe. Desde la perspectiva ideológica, si no se reprodujera ese carácter principal sería imposible mandar a los jóvenes a la guerra. Los hombres están diseñados para sentir que deben proteger a alguien. Debemos sacrificarnos por un propósito mayor.” El cine dominante moldea los comportamientos sin que muchos se den cuenta, y a Östlund le interesa especialmente la distancia entre lo que somos y lo que creemos ser, entre la forma en que nos queremos ver y cómo nos vemos realmente. 
Un dato curioso es que, estudiando estadísticas de secuestros de aviones, el director descubrió que la frecuencia de los divorcios se volvía extremadamente alta entre las parejas que habían estado presentes en el momento del secuestro. Y en una entrevista planteó, como un chiste, su deseo de lograr que con Force majeure muchas parejas se separaran. Como experiencia cercana, este cronista supo de una en Montevideo que acabó rompiendo su relación luego de largas y encendidas discusiones ocasionadas por la película. Hay quienes subvaloran el poder del cine. 
En Involuntary, uno de los personajes centrales es un señor entrado en años que se encuentra dando una fiesta para sus amigos y su familia, en una gran mansión. En plena celebración, un fuego artificial fallado va a dar contra sus ojos. Luego de los inevitables gritos de dolor, para evitar aguarles la fiesta a sus invitados el hombre procura hacer un esfuerzo para mantener la compostura. A lo largo de la película notaremos que intenta sobrellevar la situación, primero se aparece con una gran venda en el ojo, y luego comenzará a beber en exceso para tolerar el dolor. En la última escena el hombre es trasladado, grave, en una camilla dentro de una ambulancia. 
Este episodio está basado en hechos reales, como casi todo lo presentado en la película. El mandato social señala que los hombres deben tolerar el dolor y no mostrar debilidad y, como señala Östlund, eso puede costarles la vida (en este caso quizá solamente la vista). 

Involuntary (2008)

Fotogramas que incomodan. Involuntary, su segundo largometraje de ficción, es Östlund en estado de gracia. Paralelamente a la historia del viejo patriarca corren cuatro más, todas centradas en el comportamiento individual y grupal, y en cómo las personas pueden llegar a modificar su accionar según su pertenencia a determinado colectivo. En este sentido, la película debería ser de visión obligatoria para estudiantes de antropología, psicología o para cualquiera interesado en saber hasta qué punto la racionalidad puede desaparecer debido a la presión grupal. Una de las historias más poderosas e incómodas de la película narra un viaje turístico en ómnibus, en el cual unos ruidosos adolescentes vienen siendo una gran molestia para el resto de los pasajeros. En determinado momento la azafata se percata de que una cortina del baño fue vandalizada; entonces el conductor y dueño del ómnibus detiene el vehículo en plena ruta y dice que no piensa continuar hasta que el culpable admita haberlo hecho. Conforme pasa el tiempo, la estancia en esa ruta desértica se torna insalubre, y los ánimos de los pasajeros comienzan a caldearse. Se sobreentiende que, cuanto más tiempo pase, mayor será el resentimiento general hacia el culpable, y que precisamente por eso, con más razón, la persona se quedará muda. El desenlace de esta inquietante “situación hipotética” sin aparente solución no es solamente inesperado sino sumamente revelador en lo que refiere a ansiedades crecientes y chivos expiatorios. 

Otra Suecia. Ya en su primera película de ficción, Gitarrmongot, Östlund desplegaba una visión diferente de Suecia. La ciudad ficticia de Jöteborg –obvia referencia a Göteborg, es decir Gotemburgo– era abordada enfocando a adolescentes que incurrían en el vandalismo callejero, personajes con ciertos retrasos mentales, u otros que no se adaptaban a las normas. Con ese estilo austero y directo tan suyo, el director exhibía ciertas tendencias destructivas y suicidas. 
Como el director húngaro Miklos Jancsó, Östlund planta la cámara registrando circunstancias que no pueden dejar de mirarse. El notable realismo y la singularidad de las situaciones llevan a que la audiencia quede completamente cautiva de los cuadros exhibidos. El corto de 12 minutos Incident by a Bank cuenta solamente con una toma, y se trata de la reconstrucción en tiempo real de un suceso que el director vivió realmente: el intento fallido de un robo a un banco. En esa breve reconstrucción aparece un centenar de extras caminando por la calle, y el enfoque distante coloca al espectador en un lugar de voyeur, como si fuese un transeúnte más. Lo interesante es el juego de espejos, un par de personajes observan lo que sucede con fascinada parálisis, e incluso lo más cercano a una actitud “heroica” en ese momento es la torpe iniciativa de un hombre que trata de boicotear la fuga de los asaltantes averiando su moto; por supuesto, el intento falla rotundamente. 
Cuando se estrenó Play la polémica fue inmediata y explosiva. No era para menos: la película trata de cómo cinco muchachos inmigrantes presionan, hostigan y rapiñan a tres adolescentes, dos de ellos suecos, otro también inmigrante. Se trata nada menos que de dos horas terriblemente enervantes, centradas principalmente en un inacabable y terrorífico bullying, como señala el título, disfrazado de “juego”. Pero es más bien como el juego del gato y el ratón, donde la desigualdad de poder es clarísima. En este caso lo más políticamente incorrecto es que los victimarios son todos negros, y las víctimas, blancos. Es comprensible que por eso se hayan alzado muchas voces para criticar violentamente la exposición de Östlund, a quien le achacaron (no sin cierta razón, cabe decir) no estar contribuyendo para nada en la lucha contra la discriminación en su país. 
Como estudio del comportamiento humano la película es sencillamente notable: hay elementos que llaman particularmente la atención, como el hecho de que los delincuentes interpreten un juego de “roles” para lograr sus objetivos; asumiendo algunos de ellos el papel de “tipos buenos” y otros el de “malos”. Otro aspecto interesante es cómo las víctimas, aun sabiendo que van a ser robadas, siguen las reglas de los victimarios (participan en la ficción por ellos creada, los acompañan a lugares deshabitados), intentando de algún modo demorar más la llegada del conflicto, aun cuando esa situación seguramente los desfavorezca más. Como sea, se trata de un prodigio de realismo que coloca al espectador en una situación incómoda desde el primer minuto, y que, como el resto de la filmografía de Östlund, lo obliga a tomar por sí mismo una posición moral. Cuesta catalogar a ésta como una obra “menor”, justamente cuando se trata de una película brillantemente lograda que, como casi todas las demás, es capaz de suscitar las más acaloradas discusiones. 

Play (2011)


Östlund arrasa. Sobre The Square, su última película, puede decirse poca cosa aún. Que se llevó la Palma de Oro en Cannes, que aborda en tono de parodia el tema del arte moderno y las performances. Que Luis Martínez, corresponsal de El Mundo en Cannes, la describe como “una especie de abigarrado, excesivo y heterodoxo aquelarre cinematográfico tan divertido como violentamente incómodo”. Que otros críticos la desestiman por considerarla su obra más mainstream –su elenco internacional, que cuenta con Elisabeth Moss y Dominic West entre sus filas, parecería confirmarlo–, por estar orientada a los grandes públicos y porque –dicen– no se condice con el espíritu subversivo y transgresor de sus películas previas. A medio camino entre los dos extremos, Peter Bradshaw, de The Guardian, señala que “no tiene la clara puntería de su película anterior Force majeure, pero se propone dejar de boca abierta a sus espectadores, y lo logra.” Por lo pronto, la división de aguas ya es un buen síntoma.

Top 9 


En el año 2012 la revista Sight and Sound hizo una gran encuesta entre cineastas y críticos de todo el mundo consultándolos acerca de sus diez películas favoritas de todos los tiempos. A esta petición Ruben Östlund respondió con sólo nueve, haciendo un notorio hincapié en el cine de los países nórdicos. Estas películas son clave para comprender las inclinaciones y el estilo del director. 

1. A Swedish Love Story (Roy Andersson, 1970).
2. Songs From the Second Floor (Roy Andersson, 2000).
3. The Raven’s End (Bo Winderberg, 1963).
4. Los idiotas (Lars von Trier, 1998).
5. Gummo (Harmony Korine, 1997).
6. Come and See (Elem Klimov, 1985).
7. Código desconocido (Michael Haneke, 2000).
8. La clase (Laurent Cantet, 2008).
9. Afterschool (Antonio Campos, 2008).

Publicado en Brecha el 15/9/2017.

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