viernes, 2 de mayo de 2014

16 Bafici

Robusto, bien alimentado 


Para el visitante uruguayo, cruzar la orilla e incurrir en BAFICI (Buenos Aires Festival Internacional de Cine Independiente) significa dar con un nuevo mundo. Pero las diferencias con los festivales uruguayos no sólo están en el tamaño –cantidad de salas y de películas– sino que existe además una serie de circunstancias que evidencia además una distancia en cuanto a políticas culturales y apoyo estatal. 
  
Por supuesto es un desborde de gente. 380 mil espectadores en once días. 504 películas exhibidas. El porcentaje aproximado de butacas ocupadas fue extraordinario: un 85% (aunque algunos sospechamos que las cifras oficiales quizá sean un tanto exageradas). Hubo también doce funciones multitudinarias al aire libre en el Parque Centenario, ocho conciertos en vivo (Babasónicos y otros), charlas, encuentros, presentaciones de libros, agasajos diarios para invitados y prensa. Datos nada menores: los invitados extranjeros fueron 237 y en total 2350 acreditados de prensa inundaron las proyecciones matinales.
Claro, no hay que olvidar que sólo en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires hay tantos habitantes como en todo el Uruguay y que las salas del Bafici se despliegan por varios barrios (Caballito, Recoleta, La Boca, San Nicolás, Palermo, Belgrano) de modo que la amplitud de llegada es importante. Además, las entradas son realmente baratas: 26 pesos argentinos las generales y 20 para estudiantes y jubilados, quienes además entraban gratis a las funciones de prensa. 
Todo esto no sería posible si el festival no contara con un aporte presupuestario sustancial del gobierno. Es verdad que hubo por parte del macrismo recortes importantes que fueron denunciados en su momento, pero de todos modos para el uruguayo acostumbrado a un MEC que apenas arroja unas limosnas al Festival de Cinemateca, y que además parecería verlo como un evento cultural prescindible que no vale la pena proteger, la diferencia es abismal. Y como es lógico, cuando la oferta es nutrida y variada y las condiciones de proyección óptimas, los festivales con sus propias sinergias internas se vuelven virales, atrayendo a su público en forma creciente y convirtiéndose en un ámbito de intercambio invaluable. 
Este año, sin embargo, se notaron algunas carencias respecto al año pasado. Desafortunadamente, la cancelación a último momento de un par de invitados de renombre llevó a que la grilla de invitados de Bafici dejara un poco que desear. Por otra parte "Sin aliento", el diario del festival, en esta edición desapareció en su versión impresa, quedando un triste sustituto en una versión en PDF para ver desde computadoras. 

Menor rigidez, mejor cine. Otra de las grandes diferencias respecto a los festivales locales se encuentra en el perfil de la programación de Bafici, y esto parecería un rasgo característico de los festivales argentinos. Si bien Bafici tiene por un lado ese cine de autor bien hermético, vanguardista, a veces experimental y anti-narrativo que se vuelve difícil de digerir para cierto público, al igual que en el festival de Mar del Plata existe también lo opuesto: un cine de género puro, una jubilosa incursión en el cine de suspenso, acción y terror que asegura un público joven y un recambio generacional. Entendamos que no es el mismo cine de género que se exhibe en las salas comerciales, sino cine de género más independiente (como las brillantes y algo terroríficas The wait o Coherence, películas norteamericanas que nunca nos llegarían por las vías comerciales), y también provenientes de países impensados; tanto The raid 2, de Indonesia, como Inumber number, de Sudáfrica, son de las mejores obras de acción que podrían verse este año. Por su parte, el animé Wolf children es la última maravilla del director Mamoru Hosoda (The girl who leapt through time, Summer wars) y uno de los puntos más altos de este festival. No es de extrañar que las entradas para ver Why don't you play in hell?, del bizarrísimo y demente director japonés Sion Sono ya estuvieran agotadas, para todas sus funciones, una semana antes de la primera proyección, ni que clásicos improbables como Quisiera ser grande (1988) de Penny Marshall o Maniac cop (1988) de William Lustig fueran éxitos de público. Los programadores de Bafici están atentos a revisar también ese cine que no sería aprobado o por muy popular o por encontrarse absolutamente por fuera de ese círculo de cine más bien serio y "culto", que es el aceptado comúnmente por los festivales más acartonados. 

Trucos de festival. Ir a Bafici supone una buena oportunidad de sumergirse en lo más novedoso de la producción argentina, y en películas de la vecina orilla que nunca llegan o que demoran mucho en hacerlo; tanto allí como en Mar del Plata se estrena, antes que en otras salas, una buena parte de la producción nacional. Pero el que vaya alguna vez a estos festivales argentinos, debería considerar la siguiente estrategia: a veces toca ponerse en los zapatos de los programadores; las mejores películas argentinas suelen encontrarse en las secciones más importantes, "competencia internacional" y "competencia argentina". Aquellas que se disputan con las internacionales tienen sin dudas una calidad como para llevarse un premio mayor y con seguridad son muy buenas, y las de la "competencia argentina" probablemente sean también más que dignas. Las otras, las que sobran, pueden verse relegadas a otras secciones menores como "Panorama", o "Vanguardia y género" (en Mar del Plata las desplazan también a la "competencia latinoamericana"), y esas seguramente no valgan mucho. Ante la duda, observe con atención la categoría en la que se encuentran y considere esta disposición jerárquica. Agendándoselas con tiempo, logrará llevarse el mejor puñado. Como para confirmar esta teoría, las tres películas argentinas que compitieron en la sección internacional obtuvieron premios o menciones especiales. 
De todos modos, este cronista se quedó con la idea, –reforzada en los pasillos con comentarios generales– de que no hubo grandes sorpresas en el cine argentino de esta edición, y que si bien películas como Historia del miedo, La salada, Ciencias naturales, Algunas chicas, o las cordobesas Atlántida y Tres D tuvieron todas ellas sus grandes aciertos y sus puntos de interés (este cronista no vio las premiadas Mauro, Carta a un padre o El rostro) no parecería haber por aquí de esos grandes logros argentinos que nos deslumbran año tras año. 

Otros talentos. Como para confirmar que en Canadá se está gestando muy buen cine, otro de las grandes sorpresas de esta edición fue Sarah prefiere correr, de la joven directora quebequense (27 años) Chloé Robichaud. La protagonista, interpretada por Sophie Desmarais –otra revelación– es una estudiante cuya mayor pasión es correr, y que decide desobedecer a su madre y mudarse a Montréal para unirse a un equipo universitario de carreras. Lo llamativo de este personaje es cómo su obsesión en perfeccionarse y en ejercer un completo dominio de su desempeño físico y su cuerpo la llevan a pasar de muchos otros asuntos e imposiciones sociales. Por ejemplo, el sexo. Las carreras, filmadas con hermosa precisión y notable ascetismo, dan una dimensión poética que construye en su desempeño a un personaje enigmático, siempre deslumbrante. 
También centrada en un personaje atípico, la británica Tyranosaur de Paddy Considine es asimismo una brillante opera prima. Pero aquí el protagonista se encuentra absolutamente consumido por la ira y la violencia. En la primera escena se lo ve matando a patadas a su propio perro, dándose cuenta en seguida de su error y arrepintiendose. Prendidos a este abominable sujeto, lo seguiremos en un universo marginal de desprecio, en el cual así como él es destratado constantemente, le replica con igual o mayor vehemencia a los demás. Pero el asunto toma un giro realmente interesante cuando conoce casualmente a la trabajadora de una tienda, cristiana convencida que intentará aproximarse a él con bendiciones y espíritu caritativo. La película, persistentemente dolorosa, supone un llamativo acercamiento a un perfil psicológico extremo y a los bajos mundos de la ciudad de Leeds, Inglaterra. 
Y el festival también nos propuso un reencuentro con un viejo amigo. El siempre genial documentalista Errol Morris (Nieblas de guerra, Standard operating procedure) entrevistó en The unknown known a otra de esas figuras nefastas que suelen aparecer en sus películas. En este caso el increpado es Donald Rumsfeld, secretario de defensa del presidente Gerald Ford en plena guerra fría y de George W. Bush cuando las invasiones a Irak y Afganistán. Morris lo deja hablar, sonreír, le permite justificarse y explayarse respecto a cada una de sus más inaceptables decisiones. Y cuando le toca arremeter, embiste con preguntas que dejan en total evidencia sus contradicciones más flagrantes, su retorcida retórica y su incapacidad para la empatía o la autocrítica. Una de los puntos más interesantes surge cuando empiezan a explorarse los términos que el hombre acuñó al "diccionario del Pentágono" para que sus comunicados sobre la contingencia bélica sonaran lo más ascéticos posibles, utilizando eufemismos para las palabras "tortura", "muertes de civiles" y largos etcéteras. Este extrañísimo documental exhibe sin tapujos a este hombre en un despliegue de patetismo, y el espectador, incrédulo, se preguntará constantemente por qué cuernos accedió a darle la entrevista, mientras Morris piensa lo mismo y el mismo Rumsfeld también, esbozando una sonrisa cada vez más incomprensible. 

Publicado en Brecha el 2/5/2014

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