martes, 5 de noviembre de 2013

La hermana (L'enfant d'en haut, Ursula Meier, 2012)

Maduración prematura


Europa tiene una gran tradición de cuadros de abandono infantil en el cine. El niño desolado de Alemania año cero, de Rossellini, la inolvidable Mouchette de Bresson, el Antoine Doinel de Los cuatrocientos golpes de Truffaut, los adolescentes callejeros de Barrio de León de Aranoa; Rosetta y El niño de la bicicleta de los Dardenne. Sería difícil quedarse con sólo una de todas estas películas. 
En todos los casos el enfoque es sumamente austero, expositivo. Como si no quisieran tomarse partidos, y si surge la identificación con los protagonistas, se permite que no ocurra como consecuencia de retóricas manidas. Las mejores películas centradas en niños no pretenden santificarlos sino mostrarlos en su dimensión más reconocible, con sus imperfecciones, sus rebeldías, sus asperezas, incluso con ciertos dobleces de crueldad o de simple inconsciencia. En este registro transita La hermana, centrada en un muchacho de doce años que desde un comienzo se ve inmerso en una rutina delictiva. Maestro del descuidismo y el camuflaje, se dirige periódicamente a una estación de ski que se encuentra en lo alto de una montaña, pasando desapercibido como otro de los usuarios de clase alta que allí frecuentan. Trabajando por encargo, el muchacho se apropia de los costosos equipamientos, ropas y accesorios que quedan a su alcance. 
No es precisamente un cuadro de pobreza como los que podemos imaginar desde una perspectiva tercermundista. El niño roba para subsistir, pero también parece alimentarse bien y vivir bajo un techo digno. En rigor, él es el proveedor en su piso, y quien sustenta a su "hermana" mayor desocupada, una bala perdida abocada al derroche de dinero, a intoxicarse y a acostarse con cuanto tipo encuentra en su camino. Este contraste da cuentas de un desnivel de responsabilidad y de una situación por la que un preadolescente se ve obligado madurar de golpe, a convertirse en un jefe de hogar. A pesar de que se subraye la distancia entre el universo de lo alto de la montaña y el que se encuentra en la ladera, el énfasis no parecería tan puesto en las condiciones económicas como en la falta de contención, y es por esta razón que la película se vuelve más contundente y significativa. La escena en que el niño le ofrece dinero a su "hermana" para que duerma con él y lo abrace, es sumamente elocuente acerca de su estado de desolación absoluta, de una lacerante ausencia de cariño físico; un factor nunca contemplado bajo medidores de pobreza, y que escapa a los números hogareños. La falta de afecto quizá sea una de las mayores dolencias (y de las más determinantes) en el desarrollo emocional y físico de un niño. 
La cineasta franco-suiza Ursula Meier (Home, Espaldas sólidas) vuelve a esbozar una historia de antihéroes y familias disfuncionales, dando cuentas de una brecha social, de mundos opuestos separados por tan sólo un viaje en teleférico. La escena en que él niño es atrapado y enviado con la basura, otra vez hacia su submundo (es llamativo que ni siquiera sea entregado a la policía) refiere a niveles de desprecio y de una sociedad que divide y compartimenta, condicionando la existencia mediante una temprana estigmatización. 

Publicado en Brecha el 1/11/13

1 comentario:

Anónimo dijo...

el llanto del niño, la escena mas autentica vista en el cine