martes, 18 de septiembre de 2007

Entrevista a Beatriz Martínez


Es redactora de la revista especializada CineAsia y escribe en varias publicaciones de España. Hace cuatro años ella y yo empezamos a colaborar simultáneamente en la página Miradas de cine, donde escribían varios de nuestros referentes en crítica y análisis cinematográfico: Alex G. Calvo y Jorge-Mauro de Pedro, entre otros. Sin ánimo de exagerar, es probable que Bea sea la persona que más sepa de cine oriental en occidente. Por lo pronto, la que más sabe de los cinéfilos que conozco. Biblioteca ambulante y parlante, es a quien consulto cuando necesito orientación en la materia. Como nos separa un océano un tanto extenso, accedió a darme esta entrevista vía mail.

-¿Qué elementos considerarías decisivos para explicar el reciente vuelco de la mirada cinéfila occidental sobre el cine de oriente?

A finales de los noventa el mundo occidental parecía anclado en la repetición de fórmulas esquemáticas explotadas y rentabilizadas hasta la saciedad. Todo parecía viejo y ya visto y empezaba a hacerse patente un cansancio generalizado en buena parte del público y de la crítica. Se necesitaba una válvula de escape que oxigenara un panorama estéril y poco imaginativo, incapaz de buscar nuevos caminos que abrieran nuestra percepción a la experimentación narrativa y visual.
Creo sinceramente que la asimilación de las cinematografías asiáticas fue un gran descubrimiento del que estábamos necesitados; llegó justo en el momento oportuno para revitalizar muchas de las ancladas convenciones fílmicas insuflando energía vigorizante a cada uno de los géneros por los que transitaba. Lo fantástico es que muchos de ellos subvirtieron sus parámetros y se renovaron por completo.
Lo bueno es que cada uno encontró en Asia lo que mejor se adecuaba a sus necesidades y gustos cinéfilos. Los amantes del terror encontraron en Japón una mirada nueva al género a través de inusitadas historias de fantasmas, los fans de la acción quedaron ensimismados con las propuestas surgidas en Hong Kong y Corea, el cine de autor comenzó a generar nombres y más nombres de autores de culto que abarcaban desde las más radicales posiciones a las más intimistas, delicadas y armónicas sugerencias. Poco a poco fuimos ahondando en su conocimiento y por el momento, no han dejado de sorprendernos.

-Hay quienes piensan que la calidad en el cine oriental estuvo siempre, pero que recién hoy los occidentales podemos ver el fenómeno en forma abarcativa, y que precisamente a eso se debe tanto entusiasmo. ¿Crees que en la última década hubo una suba considerable en la calidad del cine oriental?

Siempre ha existido calidad dentro del cine oriental. Resulta sintomático que hasta que Quentin Tarantino no rodara Kill Bill nadie hubiera prestado atención al cine de yakuzas de los 70 en Japón, por poner un ejemplo. De repente las filmotecas comenzaron a programar las películas de Suzuki y Fukasaku como si fueran un nuevo descubrimiento.
De todas formas sí es cierto que las diferentes cinematografías han sufrido diferentes picos de reputación a lo largo de estos últimos años dependiendo de la cosecha de los directores que iban surgiendo.
A principio de los noventa lo único que nos llegaba de Asia eran las películas del heroic bloodshed hongkonés, las de John Woo y Ringo Lam, puramente comerciales y de entretenimiento. Después las películas chinas de los directores de la Quinta Generación de Pekín (abanderados por Zhang Yimou y Cheng Kaige) comenzaron a ganar premios en los festivales internacionales. Estos han sido decisivos para dar a conocer la mayor parte de los nombres que configuran el mapa asiático, como es el caso de la consolidación de figuras como Hou Hsiao Hsien o Takeshi Kitano.
Fue Kitano quien gracias a su Flores de fuego nos abrió las puertas de Japón, y conocimos a toda una generación de cineastas que abarcaban las más dispares tendencias: desde el cyberpunk de Takashi Miike o Sogo Ishii a las etéreas filigranas filmadas por Shunji Iwai, al terror existencial de Kiyoshi Kurosawa y la vertiente documentalista conformada por Hirokazu Kore-eda, Nobuhiro Suwa y Naomi Kawase. En fin, muchas vías de enorme riqueza expresiva.
Después Hong Kong resucitó de sus cenizas gracias en parte al éxito internacional del film Infernal Affairs y a la figura fundamental de Johnnie To. En Johnnie To se simboliza perfectamente lo que comentabas acerca de que la calidad estuvo siempre ahí pero no fue hasta mucho después que fue reconocida. Hasta que en Cannes 2005 no programaron en la Sección Oficial Election nadie sabía muy bien quien era este señor. A partir de ese momento la fiebre se desató y se comenzó a estudiar su trayectoria. Todavía hoy hay magníficos títulos de To que no han sido reconocidos porque nadie les ha prestado la atención que merecen.

¿Por qué crees que el público orientalófilo de occidente está mayoritariamente compuesto por gente joven?

No especialmente joven diría yo. Los adolescentes (al menos los españoles) no están demasiado interesados en el fenómeno asiático. Sus intereses se limitan al consumo de blockbusters estadounidenses. Más bien el espectro habría que ampliarlo a la siguiente generación, de 25 a 35 años. De todas formas sí es cierto que muchos de los géneros practicados por los cineastas asiáticos (en concreto el terror y la acción), tienen una mejor aceptación por capas más jóvenes de la sociedad.

-Aplacado el estallido de creatividad del cine surcoreano del período 2000-2005, ¿crees que en algún otro país de oriente se esté gestando algún fenómeno similar?

Es difícil prever cuáles serán dentro de unos años los focos generadores de tendencias. Últimamente las modas pasan demasiado rápido y no da tiempo a saber realmente si dentro de un país se ha llegado a formar una generación sólida de cineastas capaces de provocar un intercambio real. Hace un par de años todas las miradas se posaron en Tailandia ante la aparición de Apichatpong Weerasethakul, Wisit Sasanatieng y Pen-ek Ratanaruang. Cuando vieron que no se podía sacar más, los críticos generadores de opinión volvieron su vista a cinematografías cada vez más aisladas y marginales del sudeste asiático, como Singapur, Malasia o Filipinas.
Mientras, India sigue siendo una gran desconocida. Quien sabe lo que ocurrirá en los próximos años. Lo cierto es que cada vez se tiende más a elogiar la esencialidad de las formas más primitivas, quizás con la excusa de buscar en ellas la pureza que ha perdido el cine en la actualidad (todo lo contrario, por cierto, a la estilización de buena parte del reciente cine coreano).

-¿Destacarías alguna joven promesa del panorama oriental actual?

Ultimamente se ha ensalzado a cineastas muy jóvenes que apenas han firmado dos o tres películas.
No soy especialmente partidaria de encumbrar a un director por una película para luego defenestrarlo a la siguiente como a menudo suele ocurrir. A veces se trata de manifestaciones muy aisladas que no merece la pena remarcar.
Lo mejor es dejarse llevar por las nuevas propuestas sin que éstas marquen nuestras posturas cinéfilas. Este año está de moda Malasia y han surgido tres directores interesantes que ruedan en digital como Hu Yuhang (Rain Dogs), James Lee (Before we fall in love again) y Tan Chui Mui (Love Conquers All). De Filipinas he descubierto a Auraeus Solito, Brillante Mendoza y Jeffrey Jeturian. En Hong Kong hay que seguirle la pista a Edmond Pang Ho-Cheung pues su último film, Isabella era una pequeña delicatessen y de Japón a Nobuhiro Yamashita (Linda Linda Linda y The Matsugane potshot affair) e Hiroshi Ishikawa (Tokyo.Sora y Su-ki-da). China y su Sexta Generación de cineastas con Jia Zhang-ke a la cabeza es una apuesta segura. Queda mucho cine asiático por el que dejarnos arrastrar.
Publicada en Brecha 20/7/2007

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